Apuntes sobre el grabado tipográfico en España

Francisco Navarro VillosladaNo es nada fácil encontrar escritos sobre la historia del grabado tipográfico en españa, un tema que desde UTD siempre hemos querido cuidar y difundir, y es por eso que encontrar un escrito relativo con mas de 130 años de antigüedad nos llena de satisfacción. Se trata del interesantísimo artículo «Apuntes sobre el grabado tipográfico en España» publicado en la revista «La Ilustración Española y Americana» en 1877 por Francisco Navarro Villoslada, y que según comenta «son los primeros que respecto de España se han publicado». Os dejamos con la transcripción del documento, que seguro que hará las delicias de más de uno.

Extraido de La Ilustración Española y Americana.

Año XXI – Núm. VI – 15 de febrero de 1887
Año XXI – Suplemento al nº VII – febrero 1877

El grabado en madera, que hoy constituye una verdadera necesidad, o cuando menos uno de los más útiles y fastuosos auxiliares de la Tipografía, ha precedido muchos años a ésta, y fue, por decirlo así, el verdadero padre de la Imprenta.

Dos distintos géneros de impresión se conocían antes del descubrimiento de Gutenberg: la xilografía o grabado de caracteres en tablas de madera, y la calcografía o impresión en planchas de metal, ora en medio relieve, ora en dulce. La primera precedió a la segunda, pues la más antigua prueba con fecha conocida de un grabado en metal destinado a la impresión, es un San Bernardo del año 1454 que existe en la Biblioteca de París, al paso que ya en el siglo XIV se estampaban naipes grabados en madera, principalmente en Alemania o los Países-Bajos. De suponer es también que se imprimiesen naipes en España, pues estaba el uso de ellos tan generalizado, que ya fue objeto de prohibiciones, tanto por Alfonso XI como por Juan I de Castilla. Como quiera que fuese, los libros impresos xilográfica o calcográficamente, en tablas o láminas, y por consiguiente en caracteres fijos é inmóviles, precedió a la Tipografía, que se diferencia esencialmente de las impresiones anteriores por la movilidad de los tipos. La primera edición del Catholicon Johannis Januensis fue xilográfica; la segunda en caracteres movibles. Éstos fueron grabados en un principio letra por letra, con separación y singularmente, pero muy pronto se llegó a fundirlas en matrices, primero grabadas en hueco, y luego hincadas por medio de punzones. Si la historia de la Imprenta en España se halla incompleta y casi en el mismo estado en que la dejó cien años hace el P. Méndez, que no pasó de los incunables, o libros impresos en el siglo XV, la del grabado de punzones en acero y fundición de letras está todavía por empezar. Por lo menos, yo no conozco ningún escrito sobre la materia. Para dar las ligerísimas noticias de estos apuntes, he tenido que recoger indicaciones esparcidas en documentos originales, y especies mencionadas como de pasada en libros extraños al arte. Escasos son unos y otros datos, pero me parecen, tal vez por ignorancia mía, los primeros que respecto de España se han publicado.

Creo que por lo mismo serán acogidos con indulgencia. Forzosamente han de ser breves. Harto lo siento. La historia de la fundición, sin embargo, y la del grabado tipográfico es la verdadera historia de la Imprenta. Puede decirse que ésta no acabó de inventarse hasta que Schoeffer perfeccionó el arte de abrir punzones y moldear las letras que Gutenberg había ideado. Un discípulo del primero, Nicolás Jenson, disminuyó notablemente las dificultades que ofrecía el grabado, sustituyendo a la letra gótica, o más bien, alemana, convertida luego en la que llamamos de forfis, con la redonda que actualmente usamos. Más tarde, en 1501, Aldo Manucio inventó la llamada itálica bastardilla, cuyos caracteres fueron empleados por primera vez en el Virgilio de este célebre impresor, y grabados por Francisco de Bolonia.

Para las personas completamente extrañas al arte diremos que punzón es un pequeño instrumento cuadrangular de acero, y de cuatro o cinco centímetros de largo, en cuya boca o punta roma se graba la letra de realce, y de manera que, puesto sobre una plancha de cobre y con un golpe dado en el extremo opuesto, quede la letra hincada y como grabada en hueco en la plancha. El instrumento de acero, según hemos visto, se llama punzón; la letra hincada en una laminita de cobre de tres centímetros de larga, uno de ancha y medio de gruesa se denomina matriz, y los caracteres en ellas vaciados constituyen una fundición. El metal empleado en las fundiciones de letra es plomo con mezcla de antimonio, mayor o menor, según la fortaleza que quiera dársele. Para Ios periódicos de gran tirada se añade a esta mezcla un 1 por 100 de cobre y de 6 a 9 por 100 de estaño.

Los mismos alemanes, que en España, antes que en Francia y otras varias naciones europeas, introdujeron la Imprenta, venían iniciados en los secretos de la fundición de letras. Cuando los monjes benedictinos de Monserrat en 1498 se llevaron al monasterio al impresor Luschner, establecido en Barcelona, le impusieron la condición de que si ellos querían letra nueva para sus libros, el Maestro debería hacerla, abonándole el Monasterio gastos y salarios. Necesitóse, en efecto, mucha letra nueva, según se infiere de las cuentas, legando el caso de abrir punzones, de hincar matrices en cobre y de vaciar en ellas la letra, no en plomo, como se ha creído por muchos, sino en estaño, o con mezcla tal vez de ambos metales. Ajustábanse las matrices y se acomodaban en unos instrumentos llamados caracoles; todo lo cual demuestra que el arte de fundición en los siglos XV y XVI estaba casi tan adelantado como hoy, y que los buenos impresores eran al mismo tiempo grabadores, fundidores, compositores de molde, prensistas, y como pudiéramos fácilmente probar, si tal fuera nuestro propósito, hombres de mucha religión y literatura. Luschner tenía consigo un fundidor suizo, que de cuando en cuando iba a Perpiñan a buscar punzones y fundir caracteres. Los adornos y letras mayúsculas floreadas hacíanse por entalladores o grabadores en madera, lo mismo exactamente que en nuestras ediciones de lujo. Al principio se dejaba en blanco el sitio que habían de ocupar estas letras capitales, para que los iluminadores y miniaturistas las pintaran a su gusto.

No parece fuera de propósito decir aquí algo acerca del origen de algunas de las diversas denominaciones con que se distinguen los caracteres, según su forma y tamaño. El carácter llamado en Francia San Agustín, que corresponde al cuerpo 12.» en la división por puntos tipográficos, tuvo este nombre por ser la letra que emplearon Conrado Swenheym y Amoldo Pannartz en el libro de la Ciudad de Dios de aquel Santo Padre. Los mismos impresores publicaron al propio tiempo las Epístolas Familiares de Cicerón, y el nombre del príncipe de los oradores romanos, como dice Crapelet, quedó hasta nuestros días para señalar el tipo de la letra que sirvió en la impresión de aquel volumen. El Cicero corresponde al cuerpo 11.° Así lo afirma este mismo autor, que es voto en el arte; pero hoy se le designa en España como del cuerpo 12.» Sospecho que el grado que los españoles conocemos con el nombre de lectura tiene origen en el libro magníficamente impreso en Venecia el año 1471 por Vindelino de Spira, intitulado: Prima pars LKCTUÜVK superf.f. novo, de Bartholo de Saxoferrato (fól. en letra redonda, a dos columnas;; y sin dificultad se concederá, después de estos ejemplos, que los nombres de Breviario, Misal, Canon, Pelicano, vienen de la clase de letra empleada en nuestros primeros libros de rezo y litúrgicos.

En las ya citadas cuentas de impresiones hechas en Monserrat se ven como nacer y asomar estas denominaciones, sin que sepamos si eran a la sazón de uso corriente, o fueron por primera vez aplicadas a falta de lenguaje técnico. Los nombres de Texto y Glosilla son tomados del respectivo destino que en una obra comentariada, o en un texto glosado, se daba a estos dos grados tan desiguales entre sí, y los de Nomparell y Miñona revelan su origen francés. La primera noticia que tenemos de caracteres orientales empleados en España es referente a las ediciones hechas en 1487 y 1490 en Ischar o Hijar de Aragón en hebreo, por Eliezer, hijo de Alanta. Este impresor era judio, como se deja ver por su nombre y por los libros que dio a luz.

Después de ellos tenemos que venir a la famosísima Biblia Complutense, debida a los colosales esfuerzos del Cardenal Cisnéros, é impresa desde 1514 a 1517 por Brocar, que a fines del siglo XV era impresor en Pamplona. La Biblia Poliglota Complutense, así llamada por haberse publicado en Alcalá ele Henares, es la primera en su género y constituye la gloria mayor de España como monumento tipográfico y del arte de grabar punzones. Arnaldo Guillermo Brocar fue, según Quintanilla, quien para dicha obra «labró los characteres en todas lenguas, los primeros del orbe, no sin mucha costa y afán, porque son unas letras, que más fuerza tiene la apuntuacion que lo principal de la forma. De estos characteres se valió después Arias Montano, para la Biblia Regia, que estaban en esta Universidad, en poder de Juan Brocario, impresor de ella, y hijo del primero, y con la forma que les dio Christophoro Plan tino, ya se ha hecho fácil esta impresión en hebreo, caldeo, griego y siriaco, pero débesele la primacía a los characteres de esta escuela.»

«Por lo que hace a las expensas, dice otro historiador, no es razón omitir que sólo en la conducción de siete libros hebreos se gastaron cuatro mil doblones; y que añadidos a éstos los gastos de salarios, de amanuenses, impresores y otros oficiales, creció la suma del coste hasta más de cincuenta mil doblones.» Si la imprenta y el grabado tipográfico hubieran seguido en España como empezaron, no habría en el mundo quien pudiera disputarnos la primacía en el arte; pero creo que después de este tiempo no se volvieron a grabar punzones en la Península hasta el pasado siglo. La imprenta de Cristóbal Plantin en Amberes recibió los punzones y matrices de la Complutense para la edición de la ya citada Biblia Regia (15G9-1573;, y diez mil ducados ademas que le adelantó Felipe II para los libros sagrados, formando una riquísima colección de fundiciones, de que surtió a toda Europa. Sus caracteres eran entonces, y continuaron siendo por espacio de dos centurias, muy dignos de estimación. Matrices de Plantin servían a fines del siglo pasado a D. Juan Manuel Merlo para sus fundiciones acreditadísimas en Madrid : los PP. Jesuitas de esta Corte poseían al tiempo de su expulsión por Carlos III unos juegos de matrices de la misma procedencia, que pasaron luego al Hospicio.

Y no debe maravillarnos tan larga duración: un punzón abierto en acero y bien templado puede dar innumerables matrices, y cada matriz bien conservada en manos de personas inteligentes, sirve muchísimos años sin que desmerezca cosa alguna. El rey D. Fernando VI mandó formar un obrador de fundición, agregado a la Biblioteca Real, al bibliotecario mayor D. Juan de Santander, el cual empezó por adquirir una porción de matrices antiguas, y encomendó a D. Jerónimo Antonio Gil, nombrado más tarde grabador de la Casa de Moneda de Méjico, que completase algunos grados defectuosos. También principió a trabajar por entonces en el grabado de punzones D. Antonio de Espinosa. Sucedía esto por los años de 1750 a 1752.

Doce o catorce más tarde, viendo el general Marqués de la Mina la afición que se había despertado hacia la Imprenta, debió de hablar a Carlos III de un maestro armero de Barcelona, llamado Eudaldo Pradell o Paradell, que se había dedicado, por entretener sus ocios sin duda, al poco lucrativo oficio de abrir punzones de letra. Bastó semejante recomendación del Capitán general de Cataluña para que el Rey, por conducto del Marqués de Squilace, expidiese la siguiente orden dirigida al Marqués de Grimaldi: «Excmo. Señor : El Rey se ha servido conceder a Eudaldo Pradell, maestro armero, habitante en Barcelona, cien doblones de oro de pensión cada año, y cincuenta quintales de plomo por coste y costas por el término de diez, con calidad de que ha de venir a establecerse a Madrid y emplearse en el ejercicio de abrir matrices para todo género de letras, a fin de abastecer las impresiones de España, así de caracteres latinos como hebreos, griegos y árabes, según ha propuesto. —Dios, etc.—San Ildefonso, 4 de Agosto de 1764.» Pradell correspondió dignamente a la confianza que en él se había depositado, y vino a Madrid el año inmediato con cuatro grados de letra que había abierto: dos de Breviario, uno de Lectura y otro de Texto. Estableció su obrador en la calle del Mesón de Paredes, donde hizo algunas fundiciones con estos grados, y abrió con formalidad y honradez catalanas nuevos punzones, hasta juntar una bellísima colección de doce grados, desde el de Glosilla al de Gran Canon. Por lo que atañe a caracteres orientales, creo que nada hizo. Murió en 7 de Diciembre de 1788, y Carlos IV concedió al hijo del hábil artífice la pensión y franquicia que disfrutaba su padre.

Heredó su renta y privilegios, mas no su talento. Ni él, que también se llamaba Eduardo, ni su cuñado Pedro Ifern supieron abrir punzones, al menos hasta llegar a completar un grado: se contentaron con explotar los doce que les dejó el padre, estableciendo con ellos dos fábricas de fundición.

Eudaldo o Eduardo Pradell pasa por ser el primero que ha grabado punzones en España. La Real orden de 4 de Agosto concediéndole la pensión de seis mil reales va precedida del siguiente epígrafe: «Pensión al primero que empezó a grabar letras en España.» Sigúenza, en el Mecanismo del Arte de la Imprenta, dice : <c Me he valido de las fundiciones del catalán Eudaldo Pradell, excepto el Nomparell, que no le hizo, por hacerle el honor que se merece de ser el primero que en España empezó a abrir punzones, sin embargo de haber otras de excelentes profesores españoles que le precedieron, las cuales varían en la forma, no siendo capaz de dar voto sobre la mejoría de unas y otras, pues sólo el gusto es el que lo define.»

Aunque Sigüenza parece contradecirse en este párrafo, Anaya, copiándolo, da por sentado que Pradell es el primer grabador español de punzones.

Todos, sin embargo, se han equivocado. Prescindiendo de que Guillermo Brocar, aunque alemán, abrió punzones de letras orientales en España, valiéndose en la parte, por decirlo así, científica y elevada del arte, de calígrafos y sabios españoles, no es exacto que el armero catalán fuese el primer grabador español. Cierto que nadie antes que él tuvo una colección numerosa completa y gradual de punzones; pero no era su nombre siquiera conocido cuando D. Jerónimo Antonio Gil, en tiempo de Fernando VI, a mediados de aquel siglo, grabó punzones que existen aún en la Imprenta Nacional, y son de tan buen gusto y correcta ejecución como los de Pradell. Hizo para la Biblioteca 6.600 punzones y 8.000 matrices.

De este Gil no daré por hoy más noticias sino que era persona de mucho respeto y grande habilidad, y que hacia el último tercio del siglo marchó a Méjico, donde vivió mucho tiempo de grabador de la Casa de Moneda. Falleció allí el 16 de Abril de 1798.

Compañero de Gil en la profesión y ejercicio de abrir punzones para la Biblioteca Real fue D. Antonio Espinosa de los Monteros. Existen algunos más datos biográficos de este otro artífice, aunque a la verdad no es tan digno de honorífica mención como los anteriores. Era murciano: entró muy joven en la Casa de Moneda de Madrid, y salió de ella al poco tiempo, riñendo con uno de los principales maestros, llamado Prieto. En seguida se puso a grabar en hueco por su cuenta; pero no haciendo por ahí carrera, se dedicó a grabar la letra de las láminas en dulce. Hizo compañía con Gil para abrir los punzones de la fundición del Rey en la Biblioteca, y a los pocos meses se separaron los dos artistas en completa desavenencia. Pudo conseguir colocación en la Casa de Moneda de Sevilla, donde estuvo bastante tiempo con veinte y cuatro reales diarios; pero a instancias suyas fue trasladado con el mismo sueldo a la Casa de Moneda de Segovia y estableció obrador de fundición en Madrid, dirigido por su mujer, que tenía tanta travesura como el marido.

Él iba haciendo a pellizcos los grabados en Segovia, y enviaba a Madrid matrices con las que su mujer fundía la letra. La buena señora aplicaba al vaciado las mismas reglas de economía doméstica que a su despensa : compraba el plomo viejo de canalones y vidrieras en el Rastro, y le echaba la menos mezcla posible; de tal modo, que la letra vieja de Espinosa solía comprarse como si fuese plomo puro. Estableció luego una imprenta en Madrid y otra en Segovia, y se le acusaba de haber impreso clandestinamente, poniendo los nombre; de Pamplona, Barcelona y otras ciudades de España en la portada. Todo lo cual no le impidió ser académico de mérito de la Real Academia de Nobles Artes, grabador principal de la Casa de Moneda de Segovia, y director de la Escuela de Dibujo en la misma ciudad. Había estado en Roma a perfeccionarse en su arte, y tuvo el honor de que el Infante D. Gabriel eligiese una de sus fundiciones, la de letra cursiva, para la célebre edición del Salustio hecha en casa de Ibarra. Fue uno de los once impresores que en 1792 representaron contra la guerra o competencia que la Imprenta Real hacía a los impresores particulares. Su establecimiento tipográfico de Madrid tenía a la sazón siete prensas y estaba abierto en la calle del Espejo. Como grabador y fundidor es el que menos vale de cuantos hemos citado, sin embargo del honor que le hizo Ibarra en el Salustio. Tenía demasiados oficios para sobresalir en ninguno. Con todo, no se puede negar que Espinosa sintió aspiraciones propias de los grandes maestros del arte, es decir, las de llegar a ser grabador, fundidor é impresor, o como él mismo decía, un tipógrafo verdadero. Pero estas tres ramas del arte bastaban para dar ocupación al hombre de más actividad, constancia y talento, y Espinosa tenía que consagrar principalmente su tiempo al empleo que debía al Gobierno. Así es que en ninguna de aquellas tres profesiones se acercó a la perfección, y sus tipos no pueden competir con los de Gil y Pradell, ni sus ediciones compararse a las de Sancha, Ibarra é Imprenta Real.

En 1766 suministró Espinosa una fundición de Lectura para la Gaceta de Madrid, y en esta obra se observaron varios defectos, siendo los más notables la desigualdad en el corte de las letras y la falta de fortificación en el metal, resabios sin duda del gobierno mujeril, por lo cual, tanto aquel periódico como otras imprentas particulares buscaban con preferencia fundiciones de Pradell, Merlo y Daoiz, meros fundidores estos últimos, no grabadores de punzones.

APUNTES SOBRE EL GRABADO TIPOGRÁFICO EN ESPAÑA. II.

Ya hemos visto en el artículo anterior que todo cuanto se había hecho hasta la sazón en España por el grabado y fundición de letra, era debido a la protección del Gobierno: sin ella poco hubieran adelantado ni Gil, ni Pradell, ni Espinosa. El mismo Daoiz, fundidor, que tenía su oficina en la calle de las Infantas esquina a la de San Bartolomé, trajo matrices de París, de los mejores abridores que se han conocido, como él decía, mediante la protección de Su Majestad, que debía de ser la del rey D. Fernando VI. El obrador de la Biblioteca, donde esta protección tenía que ostentarse más, daba, sin embargo, escasísimos rendimientos como establecimiento industrial, aunque no fueron despreciables sus productos y resultados artísticos: no los había mejores en España.

Y aun es de admirar y agradecer que así sucediese; porque entre grabadores y fundidores y bibliotecarios, prescindiendo del buen gusto y aficiones particulares, no hay más puntos de contacto ni analogía sino que unos hacen la letra para imprimir y otros la custodian después de impresa. Por esta razón I). Mariano Monfort, interventor de la fundición de la Biblioteca, que por su empleo miraba la cuestión mercantilmente, representó en 1789 al Conde de Floridablanca, haciéndole ver que la fundición en la Biblioteca era embarazosa y no necesaria, al paso que en la Imprenta Real, que ya llevaba algunos años de existencia, pudiera ser conveniente. Ya antes de ese tiempo se había pensado en fundar en este último establecimiento una oficina de manufactura de caracteres, pero sin suprimir la de la Biblioteca. Se abandonó muy juiciosamente la idea, por parecer al Ministro que el Estado no debía sostener dos obradores que mutuamente se hiciesen la guerra.

El subdelegado de la Imprenta, D. José Antonio Fita, tardó cuatro años nada menos en evacuar el informe que acerca del memorial de Monfort se le pedía. Al cabo de ese tiempo contestó, no ya al Conde de Floridablanca, ni a su sucesor el Conde de Aranda, sino a Godoy, Duque de la Alcudia y ministro de Carlos IV, que no habiendo sitio en la casa para colocar la fundición, habría sido inútil informar antes sobre la conveniencia de la traslación solicitada; pero que si bien todavía el nuevo edificio de la Imprenta Real no estaba del todo concluido, ya era harto capaz para el obrador, por lo cual no había inconveniente en aceptar el de la Biblioteca.

A los dos días, esto es, el 17 de Octubre de 1793, dispuso el Duque la traslación. Esta repentina resolución, esta actividad, que contrastaba con la anterior apatía, eran quizás debidas a la intervención personal de Carlos IV, tan protector de la Imprenta como su padre, pero más aficionado a sus oficios mecánicos de cajista y prensista que ninguno de nuestros monarcas. Como quiera que faese, nada había más natural que esta medida. Imprenta, Grabado tipográfico y Fundición son artes de una misma familia, y la mayor utilidad que un establecimiento de esta clase, auxiliado por el Gobierno, puede prestar a la Tipografía, es el de sostener constantemente y en progreso continuo completo surtido de toda clase de punzones, contrapunzones y matrices de caracteres europeos, orientales, hiperbóreos y universales para proveer a todas las imprentas, que de otro modo tienen que acudir al extranjero. Hasta la aparición de D. Jerónimo Gil, discípulo del salmantino D. Tomás Francisco Prieto, la creación del obrador de la Biblioteca, la pensión dada a Pradell, y su llamamiento de Barcelona, los fundidores españoles se habían servido de matrices de Holanda y Francia, de Italia y Bélgica. El arte mismo de fundir, el material ejercicio de mezclar el régulo de antimonio con el plomo estaba casi olvidado, y muy pocos, si se exceptúan Juan Gómez de Morales, que en 1730 fundía letra en Madrid, Ortiz, a quien heredó Merlo, y algún otro en Valencia, acertaban a dar al metal de imprenta la debida fortaleza.

Procedióse con un celo y calor que revelan la afición del Monarca y el deseo que todos tenían de complacerle o lisonjearle. A principios del año inmediato ya se había verificado la traslación, y en 31 de Marzo trabajaba a más y mejor el nuevo obrador, perfectamente montado, de la Imprenta. Los empleados en él fueron los siguientes: D. Mariano Monfort, interventor, con 500 ducado3; D. Antonio León, Regente, con el mismo sueldo, y D. Ángel de Barrios, primer oficial, con 400 ducados.

Había ademas once oficiales, dos de los cuales trabajaban a jornal y nueve a destajo : entre los primeros hallamos el nombre de Rongel, y entre los segundos el de D. Eusebio Aguado: ambos se han hecho después famosos en el arte: aquél como regente de la Real Imprenta, y éste como fundador de un establecimiento propio, de los más acreditados en España, hoy dirigido por uno de sus nietos.

Espinosa y Merlo hicieron el inventario general del obrador de fundición de la Biblioteca, y de su tasación resulta que los punzones, contrapunzones y matrices importaban 209.247 reales., y agregado el valor de enseres y utensilios, montó la suma a 299.330, que la imprenta tuvo que pagar a la Biblioteca en plazos de 50.000 reales. anuales en efectivo.

Tenía aquélla, después de esta adquisición, punzones, contrapunzones y matrices a millares para la fundición de las siguientes clases de letra: Plus ultra, Nomparell, Glosilla, Breviario, Entredós, Lectura chica, Lectura mediana, Lectura gorda, Atanasia chica, Atanasia gorda, Texto, dos clases de Parangona, Misal, Pelicano, Canon chico, Oran Canon, y cursiva nueva de Testo ,• todos con sus letras titulares correspondientes. Había ademas titulares caladas de Glosilla, Breviario, Nomparell y Miñona, con diferentes signos y viñetas.

En lenguas orientales nada más que éstos: tres grados de árabe con mociones y sin ellas, dos grados de hebreo y uno de griego.

Todos ellos procedían de la Biblioteca Real. Hemos hecho esta enumeración, porque con la precedente lista y la de los doce grados de Pradell, casi se tiene el inventario de la riqueza artística que poseía España a la sazón en punzones. Corto es el caudal, lo confieso; pero era todo español; y nosotros, que no abrimos en la actualidad un solo punzón para hincar matrices servibles ; nosotros, que no tenemos un artista dedicado a grabar punzones, y que surtiéndonos de matrices galvanoplásticas o traídas del extranjero hemos abdicado toda originalidad, nos vemos obligados a humillar la frente, no ya ante el siglo de Cisnéros y Guillermo Brocar, sino ante el más próximo, que vio nacer a Gil, a Pradell y al mismo Espinosa con todos sus defectos, y algunos otros buenos artífices que irán luego apareciendo.

Uno de ellos debía de ser D. José de Urrutia, que en 1790 solicitó del rey Carlos III cierta pensión para continuar enseñando su oficio, comprometiéndose a sacar cada cinco años un oficial apto. Xo resulta de los informes que se pidieron nada en contra de su pericia; pero tampoco consta que recayese sobre su memorial resolución alguna. Quizá se desestimó, porque el cargo de enseñar a grabar lo tenía Pradell, anejo a su pensión. Xo conozco las obras de Urrutia: es probable que abandonase un arte que en España no puede subsistir, ni menos prosperar, sin protección superior. La traslación del obrador de la Biblioteca a la Imprenta fue una medida ventajosa para el Gobierno, aun desde el punto de vista mercantil. El Estado, que perdía bastante dinero en el primer establecimiento, principió a sacar utilidades de la fundición desde que fue encomendada al segundo: en 1796 ganó 38.000 reales, al año siguiente 35.000, y en el de 1798 las ganancias subieron a 50.000, siendo las de los años sucesivos cada vez más importantes. Pero la ventaja mayor fue la del impulso que recibió el arte tipográfico con esta medida, por haberse proporcionado a las imprentas particulares todo el surtido de letra que necesitaban, desterrándose enteramente la inveterada costumbre de traerla de fuera del Reino, para lo cual el incansable subdelegado de la imprenta, I). Juan Facundo Caballero, había encargado a los grabadores españoles completar ciertos grados con nuevas letras de acentos extranjeros, viñetas en madera, plecas y adornos.

Ocupábase con semejantes labores principalmente un tal Macazaga, grabador de la Casa de Moneda de Madrid, a quien se encomendó ademas la ejecución de algunos punzones, dándosele por tipo los libros impresos por Bodoni, célebre fundidor de Parma que a la sazón rivalizaba con el no menos célebre Didot de París.

Comunicó Caballero esta idea a Godoy, ya hecho Príncipe de la Paz, y éste, o el Rey, que en materia de tipografía no sabía hacer las cosas a medias, mandó venir al punto un muestrario de la imprenta del Duque de. Parma, dirigida por Bodoni, y habiéndole agradado sobremanera, ademas de convenir en que sirviese dá dechado a nuestros grabadores, trajo inmediatamente los juegos de matrices correspondientes a los cuatro grados de letra latina y dos de letra griega, que son el griego en Breviario y Glosilla de los núms. 64 y 65 del Muestrario de 1799, y la Lectura y Texto de letra redonda y cursiva, núms. 87, 88, 95 y 96 de la misma Colección.

La de Bodoni influyó bastante en nuestro gusto tipográfico, y los grabadores españoles felizmente se dedicaron a imitarle. Espinosa, en particular, concluyó en 1797 dos grados de Parangona al estilo parmesano, que le había mandado abrir D. Juan Facundo Caballero. Pensaba éste al propio tiempo en traer al obrador uno de los mejores discípulos de Bodoni; pero no habiendo podido conseguirlo, compró en París dos grados de matrices, Glosilla y Breviario, de Mr. Borniche, con lo cual se completó la colección de la fundición regia y se dio a luz el magnífico Muestrario de 1799, dividido en dos partes: la primera, de 71 cuerpos, y la segunda, de 23.

Caballero, que conocía la importancia de este obrador, dejó consignado en el reglamento la necesidad de que la casa tuviera un grabador de punzones y matrices , plaza que nadie ocupó al pronto por no haberse hallado sujeto en quien proveerla dignamente. Suyas son estas palabras, que merecen repetirse : « Siendo el grabado de punzones é hincado de matrices la primera y más digna operación del arte que facilita la perfección de los caracteres en su fundición, por cuyo medio se consigue la hermosura de las impresiones, por esta causa ha querido el Rey que para que su imprenta no carezca de ningún auxilio para su completa perfección se la agregue un obrador de fundición, el más completo de España y de lo mejor de Europa, a fin también de que, ademas del acopio que necesite su imprenta, se surta a sus vasallos con todo el esmero de que es capaz esta clase de manufacturas.»

Entre tanto se presentó al Gobierno en 1804 un italiano llamado Francisco Vassallo, que se decía inventor de la Estereotipia en su país y venía a introducir este arte en España, y ademas a grabar punzones al gusto moderno. El ministro Cevallos, sorprendido al pronto por este extranjero, estuvo a punto de confiarle la dirección del grabado y fundición de letra en la Real Imprenta. Hizosele ver que la Academia Española había encomendado la introducción y el establecimiento de la Estereotipia a D. Mariano Sepúlveda, hijo tal vez de D. Pedro González de Sepúlveda, grabador en hueco, yerno y discípulo de Prieto y digno sucesor suyo en la Casa de la Moneda. El D. Mariano hizo un viaje a París por cuenta de la Academia, y trajo de allí los instrumentos y máquinas necesarias para estereotipar. Es la estereotipia el arte de reproducir un molde o forma tipográfica en planchas de caracteres firmes y estables, que sirven para imprimir. El procedimiento es sencillo : la forma, que ordinariamente es una página, se saca en yeso, cartón muy delgado o en cualquier otra materia que se adapte al hueco y se endurezca pronto; sirve luego para molde, donde se vacía el metal de imprenta, quedando las letras en relieve. En la fundición tipográfica, que en vez de hacerse letra por letra, se hace página por página. Ofrece la gran ventaja de la conservación perpetua y poco dispendiosa del molde; pero adolece también del no pequeño inconveniente de reproducir exactamente la composición, sin que sea posible la corrección de las faltas que en ella se adviertan. Favorable al que especula con los libros, debe de ser inútil a quien principalmente busca en ellos la perfección.

Así considerada la Estereotipia, parece extraño que la tomase bajo su protección la Academia Española, que por índole propia siempre está corrigiendo sus obras, purificando y acrecentando el caudal de la Lengua.

Quizá sería por la misma razón que tuvo la Biblioteca Real para tomar por suya la fundición y grabado de letras: por afición y gusto de particulares. Desechado el proyecto de encomendar al extranjero Vassallo la introducción de la Estereotipia en España, por la sencilla razón de haberse ya importado por un español, con auxilios y por iniciativa de la primera corporación literaria española, aspiró aquél a ser nombrado grabador de punzones en la Real fundición. El prudente Caballero indicó al Ministro que aunque la plaza no estaba provista por falta de persona idónea, no se había querido agraciar con ella ni al mismo Espinosa de los Monteros, que en 1795 la había solicitado, por no considerársele, a pesar de sus recomendables obras, con suficiente habilidad para desempeñarla, por lo cual antes de conferírsela a Vassallo sería bueno encargarle algún trabajo previo, pues el inventor de la Estereotipia en Italia era absolutamente desconocido como grabador en España.

Así se verificó, y Vassallo concluyó 277 matrices con sus correspondientes punzones y contrapunzones de un grado de Atanasia; pero con defectos tales que se vio precisado a retocar su obra bajo la dirección de Macazaga, después de lo cual le fue admitida y se le pagó; pero ni se le encargó más letra, ni se le confirió ningún oficio. Se fue con su estereotipia a otra parte. Este incidente sirvió para que se ventilara en las regiones oficiales la cuestión de la conveniencia de la Estereotipia en la imprenta del Estado. Caballero le daba alguna, mas no toda la importancia que entonces le tributaba la moda, lo cual prueba su buen sentido y superioridad de miras.

En efecto, perfeccionada y aplicada en grande escala, ya que no inventada, la Estereotipia por el célebre impresor de París, Fermín Didot, era un descubrimiento que a la sazón metía muchísimo ruido en toda Europa. Al valerse de él, hizo el tipógrafo francés en general el uso más noble y conveniente del nuevo arte, aplicándolo a conservar ediciones de autores clásicos esmeradamente corregidas, a fin de vulgarizarlas. Nuestro insigne é inolvidable Rivadeneyra ha hecho otro tanto con su Biblioteca de Autores Españoles, y quizás en mayor escala que Didot. Pero en Tipografía no hay estancamiento posible. Como en todas las obras humanas, lo bueno llama a lo mejor, y lo mejor a lo perfecto, a donde nunca puede arribar el hombre. Los libros de curiosidades tipográficas están llenos de erratas deslizadas en impresiones que pasan por modelos. Y esas son imperfecciones al alcance de los mismos que somos profanos en el arte: que si se trata de defectos meramente tipográficos en caracteres, espacios, regletas, proporciones de planas, etc., etc., es cosa de nunca acabar.

Pues bien, en establecimientos que deben tener por mira principal, no el lucro, con el que perjudican a la industria privada, sino el bello ideal del arte, en que todos ganan, los particulares, el Gobierno y la patria, la Estereotipia debe de ser conocida, pero poco más ; practicada, pero sólo en casos excepcionales, para perpetuar y vulgarizar lo mejor y más selecto.

Y ya que andamos con la Estereotipia a vueltas, no he de dejar pasar la candidez con que uno de nuestros literatos de los años 20 al 23 afirma, en elogio del ya citado Sepúlveda, que éste adivinó el secreto de Didot y lo planteó en España. El descubrimiento de la Estereotipia valdrá poco, pero son muchos, por lo visto, los que quieren apropiárselo.

Con la invasión francesa, la guerra de la Independencia y los acontecimientos políticos del año 12, toda nuestra riqueza artística tipográfica desapareció como por escotillón; toda se hundió.

Tal cual existía antes del inolvidable Dos de Mayo de 1808, había tenido unos 400.000 reales. de aumento el valor del obrador regio de fundición. Tasado por peritos el año 1704, cuando pertenecía a la Biblioteca, fue apreciado, como hemos dicho, en 299.330 reales., y a principios del año 8 pasaba su valor de 700.000.

Entre las glorias de aquel antiguo establecimiento se cuenta la de haber surtido de letra a todas las célebres ediciones de fines del pasado siglo y principios del presente, así de la Imprenta Real como de Ibarra: con sus fundiciones se hizo el Quijote, costeado por la Academia; la Historia general de España, el Viaje a Constantinopla, la Vida de Marco Tulio Cicerón, la Descripción del Reino de Valencia, y el Icones Plantarvm, del inmortal Cavanilles, y otras no menos famosas en la historia del arte. Y aunque Ibarra se valió de la letra cursiva de Espinosa para el Salustio, quizá por complacer al infante D. Gabriel, hay que tener en cuenta la opinión de Fermín Didot, hijo, el cual, en el Elogio que hizo de su padre, al enumerar entre los grandes impresores de Europa a nuestro famoso Joaquín Ibarra, decía que no sabe cómo tuvo tan mala elección en los caracteres del Salustio, y se asombraba de que con grados tan imperfectos sacase una edición tan admirable en cuanto a la parte tipográfica.

El año 1820 los franceses, que habían destruido nuestra riqueza tipográfica nacional, quisieron rehacerla, y es el mismo Didot, cuyo nombre se hallaba entonces en el apogeo de su prestigio, presentó dos proposiciones al gobierno constitucional: la primera para venir a Madrid a plantificar la fábrica por cuenta del Estado, trayendo de París duplicado de todas las matrices de la suya, y acompañándose de cuantos artistas y obreros franceses hubiere menester. Es claro que el Gobierno tendría que pagar de contado el valor de los materiales, preparar el edificio, construir hornos, levantar máquinas, el precio de los punzones, matrices y demás instrumentos necesarios, coste del viaje, dietas y jornales del Sr. Didot durante el tiempo que permaneciese en Madrid, hasta que la fábrica estuviese en estado de servir al público con utilidad.

Desechada esta proposición como costosa, aun quedaba otra del mismo en que éste tomaba por su cuenta el establecerse en España, siempre que se renovara y pusiera en vigor la ley del Reino que prohibía la introducción de caracteres y otros efectos de imprenta que vienen de país extranjero, desde el momento, por supuesto, en que él hubiese montado con elementos franceses su fábrica. Las utilidades por espacio de diez años quedarían a beneficio del Sr. Didot, en recompensa de su trabajo personal, adelanto de fondos, etc. Al cabo de los diez años el Gobierno tendría que pagar al Sr. Didot el establecimiento.

La segunda proposición fue igualmente rechazada como depresiva de la dignidad de la nación española. En efecto, ninguna era aceptable, y había ademas un no sé qué repulsivo en que franceses viniesen a especular con nuestra miseria, cuando Francia nos había hecho pobres.

En vez de ellas se nombró director artístico de la fundición y escuela de punzonería a D. Mariano Sepúlveda con 15.000 reales, el cual se comprometió a enseñar el arte a cuatro discípulos, que disfrutaban de cierta asignación diaria a costa de su trabajo, deduciendo del importe de los punzones que presentaran la asignación de antemano recibida.

Don Antonio Macazaga y D. José María Mendizábal, primeros alumnos de esta escuela, presentaron en 1821 una muestra del primer grado de letra, imitación de Fermín Didot, que es la Gaillarde núm. 8, casi equivalente a nuestra Glosilla. También hicieron al año siguiente un grado equivalente al 10.» del mismo autor francés. Todas las matrices están hincadas y justificadas en el obrador del Gobierno, pero ni éstas ni los punzones valen mucho.

Esta resolución dio muy pocos resultados. Las alteraciones políticas por un lado, y por otro la facilidad de surtirse de matrices del extranjero y de obtenerlas por medio de la Galvanoplastia, acabaron de matar el arte del grabado de punzones en España.

Y sin embargo, si hemos de aspirar a la perfección en las impresiones, este arte es indispensable. Con él podemos proseguir buscando el ideal de la belleza tipográfica; sin él seríamos perpetuamente esclavos de la moda, propagadores del gusto y capricho de los extraños. En cuanto a grabadores y fundidores de las provincias españolas, poco tengo que decir. Don Eudaldo Pradell y su cuñado D. Pedro Isern se establecieron en Barcelona: se les había impuesto en Madrid la obligación de sostener escuela de punzones para cuatro jóvenes, en cambio de la pensión que se prorrogó al primero; pero no pudieron cumplir con este deber. Llegó la desidia de Pradell hasta el extremo de no enseñar a grabar ni a su mismo hijo.

Creo que hacia el año 1784 había en la imprenta de las Bulas en Toledo fundición de letra gótica, pues de allí se trajeron a Madrid para la Gramática inglesa de Fr. Tomás Connelly.

En Salamanca hubo a mediados del pasado siglo dos grabadores de punzones que trabajaban por cuenta de aquella Universidad: uno de ellos se llamaba Prieto, deudo quizás del grabador en hueco y a buril que regañó con Espinosa en la Casa de Moneda de Madrid.

En Valencia murió por entonces otro grabador y fundidor que tenía por nombre Garcerán. Si son suyos, como parece regular, los caracteres que en aquella ciudad se usaban y que antes de Ibarra y de la Imprenta Real tenían mucha fama, debía de ser hombre de mérito. Las fundiciones de Valencia rivalizaban en 1728 con las de Juan Gómez Morales, que trabajaba en Madrid con matrices que el rey Carlos II había mandado traer del extranjero. Antonio Bordazar de Artazu, impresor valenciano, mereció ser elegido entonces por la diputación del clero entre todos los artistas de España, para probar a los monjes del Escorial que en la Península se podían imprimir libros de Rezo con tanta perfección como en Amberes por la familia plantiniana.

Esto es cuanto he podido averiguar acerca del grabado de punzones en España. Del grabado en madera y Calcografía con aplicación a los libros, aun podré añadir algo cuando trate de las ediciones ilustradas.

FRANCISCO NAVARRO VILLOSLADA