Herederas de la letra: Mujeres y tipografía en la «Nueva España»

Los vínculos que históricamente han existido entre las mujeres y los libros se pueden abordar desde diversos ámbitos, como el acceso a la enseñanza tanto de la lectura como de la escritura 1; la importancia que revistió la posesión de libros como bien cultural, hecho especialmente notable a partir de la Edad Media a raíz del surgimiento de los libros de horas y miniados –asociados a un uso fundamentalmente femenino–; el frecuente recurso de representar libros como atributo o indicador de la elevada cualidad intelectual y virtud de la mujer, comprobable en la iconografía religiosa cristiana 2, y su participación material en la producción editorial. Esta participación femenina en las artes gráficas, el mundo del libro y la tipografía tiene larga data, pero aún no existe un análisis de conjunto; sólo se cuenta con unas pocas menciones parciales y hechos aislados. Por esa razón, a partir de un análisis bibliográfico 3, pretendo reunir información que contribuya a sensibilizarnos sobre el papel que jugaron las tipógrafas e impresoras en la Nueva España, lo que de alguna forma nos permitirá conocer su contribución a nuestra historia cultural.

Si bien desde el inicio de la imprenta tipográfica, en el siglo xv, y hasta inicios del xix, la impresión y edición de libros fue un negocio fundamentalmente de carácter familiar, es importante hacer notar que en la bibliografía especializada casi no se menciona la presencia y participación de las mujeres. Pueden existir varias razones para este silencio: que en los recuentos históricos se diera más importancia a los iniciadores que a los continuadores de las distintas tradiciones familiares; el prejuicio y las preconcepciones que impiden ver los objetos concretos que dan cuenta de estas participaciones (en este caso se puede mencionar concretamente los pies de imprenta de los libros mexicanos); la ignorancia sobre la verdadera situación social y legal de las mujeres durante dicho periodo histórico o el desconocimiento de las labores que se desarrollaban en los talleres, las habilidades necesarias para trabajar en ellos y la división del trabajo usual en las imprentas.

Sobre este último punto hay que recordar que en el taller de imprenta se realizaban tres tareas bien diferenciadas: antes de imprimir era preciso realizar la composición e imposición del texto, y después de la impresión, que era la actividad central, se llevaba a efecto el alzado de los pliegos. Además, eran precisas otras múltiples actividades de carácter técnico: fundición de tipos, elaboración de tinta, mojado y secado del papel. Otras tareas eran de carácter intelectual como por ejemplo la corrección de los textos; y por último, una serie de labores empresariales. No todas las imprentas eran de igual tamaño, por lo que en las pequeñas una misma persona realizaba más de una función; asimismo, la estructura de mando, que generalmente seguía el esquema de maestros, oficiales y aprendices, podía quedar difuminada si había pocos empleados.

Estas tareas duraron casi 300 años sin mayores modificaciones, pero durante el siglo xix ocurrieron cambios radicales derivados de la Revolución Industrial, que repercutieron en el espacio que ocuparon las mujeres dentro del proceso productivo. Los avances técnicos, como la prensa de vapor y más tarde las rotativas, la mecanización en la producción y composición tipográfica, con la llegada del linotipo y posteriormente del monotipo, así como la creciente demanda de impresos, tanto libros como periódicos, sacaron el negocio editorial del ámbito estrictamente familiar y modificaron la organización empresarial, que comenzó a estar liderada principalmente por hombres. En algunos casos, el papel de la mujer se reorientó a otras esferas de la industria: algunas trabajaron en la encuadernación, otras más se dedicaron a la ilustración, sobre todo infantil y de revistas o periódicos para mujeres, género que comenzó a aflorar ampliamente durante el siglo xix. De cualquier modo su presencia nunca desapareció.

Pero para analizar lo ocurrido antes del siglo xix cabría preguntarse por qué razón las mujeres participaron activamente en el mundo del libro. Además de la mayor o menor habilidad que demostraran en la administración de la hacienda y su preparación intelectual, podríamos encontrar algunas respuestas en la cercanía entre los talleres y los hogares, usual durante dicho periodo, lo que permitiría a las mujeres colaborar en las labores de la imprenta sin «descuidar» sus compromisos domésticos. Dado el carácter familiar del negocio, la herencia de la imprenta a la esposa, hija o hermana no era inusual, ya que en varios casos ellas representaban la autoridad responsable de la familia ante la ley. En este sentido hay que mencionar también que la propensión longeva de las mujeres respecto de los hombres es un factor que contribuyó frecuentemente en esta línea de sucesión empresarial.

Hay que aclarar que el fenómeno que estoy exponiendo no es exclusivo de México ni de la época colonial. Por lo que toca a la presencia de mujeres en el mundo el libro y la tipografía, brevemente se pueden mencionar que aproximadamente desde fines de la edad media y hasta nuestros día, tanto en Europa como en Estados Unidos, ha habido una importante participación de féminas. 4

Una serie de mujeres de notable formación intelectual, en su mayoría religiosas de monasterios medievales, trabajaron en los escriptoria, tal es el caso del convento de San Jacobo de Ripoli, en Florencia, Italia. Por otra parte, incontables viudas asumieron sus funciones en la regencia y administración de talleres, y terminaron de imprimir las obras inconclusas de sus difuntos esposos: por ejemplo Margarita Dall’Aglio, quien no solo publicó el hoy conocido Manuale Tipografico de su esposo Giambattista Bodoni, sino que además realizó el prefacio a la obra en el que se puede detectar el alto nivel y la profundidad de conocimientos tipográficos que la mujer poseía para poder hablar con tanta propiedad sobre la labor tipográfica.

Estas mujeres editaron tanto a los autores clásicos como a sus contemporáneos; se ocuparon de temas religiosos, científicos, culturales y literarios, con diversos grados de calidad estética y tipográfica pero sin duda con máxima entrega para no perder la lealtad de sus clientes, civiles, reales o religiosos. En algunos casos nos encontramos con mujeres que estuvieron varias décadas al frente de sus empresas, como por ejemplo la francesa Charlotte Gillard, quien trabajó en la imprenta 50 años, antes de morir en 1556. También podemos hallar ejemplos en que no sólo participaron las madres sino que luego continuaron las hijas y los yernos, como es el caso de Jeanne, esposa de Christopher Plantin, y Martina, la hija de ambos que junto con su marido Jan Moerentof, o ‘Moretus,’ fueron los continuadores de la famosa dinastía de tipógrafos e impresores flamencos.

Trabajaron a grandes escalas o en empresas pequeñas como Emily Faithfull (1835-1895) y su Victoria Press o Virginia Wolf (1882-1941) en su Hogarth Press, respectivamente. En algunas ocasiones fueron pioneras en su labor como Elizabeth, la esposa del misionero Joseph Glove, quien estableció la primera imprenta de las colonias inglesas de Norteamérica; fueron también promotoras de la organización gremial y de la elaboración de discursos igualitarios y defensa de mujeres como Augusta Lewis Troup.

Trabajaron no sólo desde la práctica sino también desde la reflexión como fue el caso de Beatrice Warde (1900-1969) fue tipógrafa americana que realizó importantes investigaciones sobre tipografía e historia de la impresión. Y aunque la lista es más extensa, podemos mencionar a distintas tipógrafas europeas y norteamericanas contemporáneas 5: Elizabeth Colwell, Elizabeth Friedländer, Kris Holmes, Cynthia Hollandsworth, Zuzana Licko, Carol Twombly, Ilse Shüle, Gudrun Zapf-von Hesse, entre otras.

Notas para una genealogía de las impresoras novohispanas

Para entrar en el terreno que nos interesa, se requiere una referencia, por lo menos general, de la situación social de la mujer durante la época colonial. Los territorios americanos conquistados constituyeron un agregado multiétnico y multilingüe, dos hechos distintivos y fundamentales que contrastaron respecto de la península. Nueva España estaba organizada bajo una fuerte jerarquía vertical pero a diferencia de España existía la posibilidad de movilidad social. Esta flexibilidad estaba asociada, entre otras cosas, al tipo de relaciones familiares que se desarrollaron desde el inicio del establecimiento colonial, por los vínculos entre europeos y nativos que dio como fruto la creciente población criolla. Dentro de este marco social había principalmente dos imágenes contrastadas de mujer: la que habitaba el «interior», dedicada a las labores domésticas o religiosas, y la «exterior», con cierta independencia para manejar sus propios asuntos.

Las dos imágenes, a su vez, tenían un correlato legal y civil: la dependencia y la independencia 6. En el primer caso la mujer dependía del padre, del marido (en calidad de esposa) o de la iglesia (en calidad de monja); en el segundo, la mujer era independiente por soltería (si a los 25 años de edad no se había casado), separación legal (en los casos comprobados de maltrato o vicio del cónyuge varón) o viudez. La enfermedad del marido también impedía la aplicación de su tutoría sobre la mujer. Asimismo, existía el caso de mujeres casadas que gestionaban la autonomía en el manejo de sus bienes, con el consentimiento del marido, inclusive esta situación podía ser una condición prematrimonial, de manera que la dote funcionaba como un «seguro» ante las posibles dificultades de la vida.

Aclarados estos puntos, propongo pensar en la siguiente hipótesis: de no ser por las mujeres, la labor tipográfica en Nueva España se habría interrumpido en fechas muy tempranas. Para demostrarlo recurriré a una herramienta de la historia: la genealogía. Si trazáramos el árbol genealógico de los principales impresores novohispanos de los siglo xvi, xvii y xix detectaríamos que, a partir de las uniones matrimoniales y los parentescos sanguíneos, a la muerte de los dueños varones los talleres pasaron a manos de esposas, hijas o hermanas. Con este rastreo también es posible identificar, en cierta forma, la venta de las imprentas y el material tipográfico a miembros externos de la familia.

A grandes rasgos, pueden trazarse las siguientes líneas genealógicas:

1) Juan Cromberger y Brígida Maldonado, Juan Pablos y Jerónima Gutiérrez, Pedro Ocharte y María de Figueroa y, más tarde, María de Sansoric.

2) Antonio de Espinosa y su hija María, Pedro Balli y Catalina del Valle, Diego López Dávalos y María de Espinosa, Diego Garrido y la viuda de Garrido.

3) Enrico Martínez, Juan Ruiz, herederos de Juan Ruiz y Feliciana Ruiz.

4) Bernardo Calderón y Paula de Benavides, Juan de Rivera y María de Benavides, Miguel de Rivera Calderón y Gertrudis de Escobar y Vera, y María de Rivera Calderón y Benavides.

5) José Bernardo de Hogal y Teresa de Poveda, herederos de la viuda de Hogal, y José Antonio de Hogal.

6) Imprenta de la Biblioteca Mexicana, José de Jáuregui, herederos de José de Jáuregui, José Fernández de Jáuregui y María Fernández de Jáuregui.

Hay otros casos que no constituyen en sí mismos genealogías extensas:

Miguel Ortega y Bonilla y Catalina Cerezo, Juan de Borja y Gandia e Inés Vásquez Infante y finalmente Francisca Reyes Flores. Y aunque hay constancia de que tanto Borja y Gandia y su viuda, como Reyes Flores pueden integrarse a la línea genealógica de Juan Pablos, por haber usado parte del material de imprenta de aquél, los mencionaré por separado.

Juan Cromberger y Brígida Maldonado, Juan Pablos y Jerónima Gutiérrez, Pedro Ocharte y María de Figueroa y, más tarde, María de Sansoric
El primer documento en que se menciona la presencia de mujeres en relación con la labor editorial mexicana es el contrato laboral que celebraron Cromberger y Pablos, el 12 de junio de 1539 7. En él se explicita que Pablos vendría a México con su mujer, pero ¿por qué mencionar el hecho en un contrato comercial a no ser porque ella pudiera colaborar en las labores de imprenta y sobre todo ser la responsable legal ante la posible ausencia del marido? Esta especulación queda demostrada cuando al fallecer Pablos es su mujer, Jerónima Gutiérrez o Jerónima Núñez, como también se la menciona, quien hereda el taller y continúa trabajándolo 8.

Pero antes que Pablos, el 8 de septiembre de 1540, muere Juan Cromberger, dueño del taller. En esa oportunidad su viuda, Brígida Maldonado, y los demás herederos del impresor sevillano pretendieron continuar con el privilegio de imprimir y vender libros en la Nueva España que le había concedido Carlos V 9. Sin embargo, en los hechos, este celo parece no haber prosperado dado que, luego de una irregular labor durante los años siguientes a la muerte de Cromberger, desde 1548 los libros salen con pie de imprenta de Juan Pablos. Por lo tanto, la casa de Juan Cromberger en México estuvo activa sólo entre 1539 y 1547.

Pablos trabajó entre 1539 y 1560, año de su muerte; Jerónima Gutiérrez, haciendo valer el testamento que la encargaba de los hijos, la hacía tenedora de los bienes y de la imprenta, extiende un poder para el cobro de la sucesión y da el taller en alquiler a Pedro Ocharte, quien había llegado en 1558 y se convertiría en el tercer impresor de México, y algunos enseres a Antonio Álvarez 10. Alexander Stols comenta acerca de esta relación comercial entre Gutiérrez y Ocharte:

Seguramente a la muerte de Pablos su imprenta se cerró por algún tiempo. En 1563, había de nuevo cierta actividad en la imprenta, porque Jerónima Gutiérrez viuda de Pablos alquilaba al «mercader» Pedro Ocharte […] «dos imprentas de ymprimir con letras e ymágenes», que habían sido propiedad del primer impresor mexicano 11.

Este vínculo comercial se reforzará posteriormente ya que a fines de 1561 o principios de 1562 Pedro Ocharte se casa con María de Figueroa, hija de Juan Pablos. Lo que es un hecho es que Ocharte se convirtió en impresor después de su casamiento y sólo comienza a figurar como tipógrafo casi cinco años más tarde, en 1567. Y como resultado de esta unión, Alexandre Stols manifiesta la posibilidad de que María de Figueroa actuara de gerente del taller, ya que de ningún modo era excepcional que una mujer ocupara tal puesto.

Tras la muerte de María de Figueroa, Pedro Ocharte se casa con María de Sansoric o Sansores, quien participará activamente en las labores editoriales. En 1572 Pedro Ocharte y Juan Ortiz fueron encarcelados debido a un proceso inquisitorial. Por esta razón, su mujer y su cuñado Diego Sansores trataron de continuar con la imprenta, al parecer sin mucho éxito 12. En una carta del 1 de marzo de 1572 dirigida al inquisidor, Diego de Sansoric solicita «que para poder beneficiar la prensa y su casa, porque los negros no quieren hacer nada, hay necesidad que pase a ella para que ellos tengan algún temor, porque como ven a mi hermana sola, se dan poco por ella por ser mujer 13

A la muerte de Ocharte, en 1592, María de Sansoric se hace cargo del taller, imprime hasta dos años más tarde, y en 1597 traslada su taller al Colegio de Tlatelolco, donde trabaja en colaboración con Cornelio Adrián César 14, a quien veremos acompañar a varias viudas en diferentes talleres. En ese mismo año la imprenta de Ocharte pasó a manos de su hijo Melchor, con quien colaboró su medio hermano Luis Ocharte y Figueroa.

José Toribio Medina aventura que posiblemente debido a las dificultades para manejar la empresa, María de Sansoric la vende, por lo menos parcialmente, a Pedro Balli. Sin embargo, no queda claro con qué pruebas propone esa hipótesis, sobre todo si se recuerda que la imprenta no cerró a pesar de la dificultad para administrarla, durante el encarcelamiento de su marido. Pero el problema mayor es que, cuando trata sobre la viuda de Pedro Ocharte, confunde a María de Sansoric, la segunda esposa, con María de Figueroa, su primera mujer e hija de Juan Pablos, quien habría muerto antes de 1572. Este error tal vez se deba a que no contó con la documentación suficiente 15.

Antonio de Espinosa y su hija María de Espinosa, Pedro Balli y Catalina del Valle, Diego López Dávalos y María de Espinosa, Diego Garrido y viuda de Garrido
Antonio de Espinosa y su hija María de Espinosa
Antonio de Espinosa, oriundo de Jaén, fundidor y cortador de letra, vino a México en 1558 para trabajar en el taller de Pablos. Al poco tiempo solicitó permiso a la corte para establecer una imprenta propia, misma que instaló en 1559. Aunque no se conoce la fecha exacta de su muerte, aproximadamente en 1575, se sabe que la imprenta pasó a manos de su hija María de Espinosa, entonces muy joven, por lo que dio el taller en alquiler a Pedro Balli.

Pedro Balli y Catalina del Valle
Pedro Balli, de origen francés nacido en Salamanca, llegó a México en 1569 como librero y encuadernador, más tarde se hizo tipógrafo. La última obra realizada por la viuda de Pedro Ocharte, la Gramática de Álvarez, fue terminada por él en 1595, como lo consigna el pie de imprenta del libro. Resulta fácil suponer que Balli adquiriera parte de los enseres del taller de Juan Pablos, los cuales habían pasado a Pedro Ocharte por sucesión matrimonial. Balli se casó en México con Catalina del Valle. El cuarto impresor en México trabajó durante 25 años con material alquilado de la imprenta de Antonio de Espinosa, y a su muerte los herederos tuvieron que devolverlo al impresor Diego López Dávalos, esposo de María de Espinosa. Jerónimo 16, uno de los hijos de Balli, se hace cargo del taller entre 1608 y 1610, pero cuando muere la imprenta pasa a manos de su madre, Catalina, con el nombre de «Imprenta de la viuda de Pedro Balli» hasta 1613, año en que desaparece de la escena. Al lado de la viuda trabajó también el cajista Cornelio Adrián César. Figura 2

Diego López Dávalos y María de Espinosa
Por otra parte, no conocemos la fecha en que María de Espinosa se casó con Diego López Dávalos; mas resultaría natural que, al casarse con un impresor, el taller que aquélla había heredado de su padre funcionase bajo la dirección de su marido. López Dávalos parece haber desarrollado su actividad entre 1601 y 1612. Sin embargo, como se mencionó, María no pudo recuperar los instrumentos de su padre sino hasta la muerte de Pedro Balli 17.

A la muerte de su esposo María de Espinosa se hizo cargo del taller. Trabajaron con ella Juan Ruiz y Cornelio Adrián César, hasta 1615, cuando el taller cerró sus puertas 18. Figura 3

Diego Garrido y su viuda
Diego Garrido compró el taller de María de Espinosa hacia 1620 19 A su muerte, presumiblemente en 1625, la viuda, de quien no se conoce el nombre, se hizo cargo del taller hasta 1628, año a partir del cual trabajó como regente Pedro Gutiérrez.

Enrico Martínez, Juan Ruiz, herederos de Juan Ruiz y Feliciana Ruiz
Enrico Martínez 20 fue cosmógrafo y autor de un proyecto de desagüe para el valle de México, así como impresor y tipógrafo. Estableció su oficina en 1599 y trabajó en las tareas gráficas hasta 1611. Se destacó por la impresión de trabajos científicos y tesis universitarias. A su muerte, en 1632, el taller fue atendido por sus descendientes.

Juan Ruiz
Juan Ruiz empezó su carrera de impresor hacia 1612, como cajista en la oficina de la viuda de López Dávalos; al año siguiente aparece como dueño de un taller propio. Según el bibliógrafo Francisco Pérez Salazar, existen muchas posibilidades de que haya sido hijo de Enrico Martínez y regenteado el taller de su padre al dedicarse aquél a otros menesteres. Su nombre desaparece y reaparece en repetidas ocasiones de los anales de la imprenta, tal vez la causa de esta intermitente mención es que trabajara en obras de corto aliento, como cartillas y piezas menores, que no han llegado hasta nuestros días. Fue impresor del Santo Oficio hacia 1667 y murió en junio de 1675.

Herederos de Juan Ruiz y Feliciana Ruiz
A la muerte de Juan Ruiz, la imprenta siguió a cargo de sus herederos a más tardar a partir de abril de 1676. Según Medina, el heredero fue su hijo Feliciano Ruiz, quien trabajaba en el taller por lo menos desde 1669. Aparentemente la imprenta desapareció hacia 1678. Pero el investigador Juan B. Iguiniz menciona una parte del testamento de Juan Ruiz en que expresamente hereda a su nieta Feliciana:

Quiero y es mi voluntad que Feliciana Ruiz mi nieta, viuda de Joseph de Butragueño, por estar tan capaz y peridta [sic] en el arte de la impresión dejo en su poder de la susodicha los moldes y los demás adherentes de imprenta para que con su mucho cuidado lo continúe y vaya en aumento y no en disminución para que de lo que se fuera haciendo y ganando parta con los demás mis herederos. 21

Según el mismo Iguiniz, el taller no duró mucho ya que su nueva dueña murió el 30 de marzo de 1677. Así, llama la atención que Medina atribuyera al hijo de Ruiz y no a su nieta la herencia de la empresa; tal vez se deba a que no conoció su testamento. De cualquier forma los pies de imprenta que aparecen desde 1676 mencionan a los Herederos de Juan Ruiz, y sólo en 1678 hay un libro que figura con pie de «Juan Ruiz», quien pudiera ser pariente y homónimo del anterior.

Bernardo Calderón y Paula de Benavides, Juan de Rivera Calderón y María de Benavides, Miguel de Rivera Calderón y Gertrudis de Escobar y Vera, María de Rivera Calderón y Benavides
Bernardo Calderón y Paula de Benavides
Bernardo Calderón, natural de Alcalá de Henares, junto con Paula Benavides, fueron los fundadores de una de las familias de impresores más prolíficas del siglo xvii. Calderón inició sus tareas en México en 1631 y falleció entre 1640 y 1641; Benavides heredó el control de su imprenta.

Paula de Benavides, viuda de Bernardo Calderón
A cargo de la imprenta, Paula de Benavides comenzó a firmar las obras en 1641; obtuvo sucesivos privilegios que le concedían la impresión de cartillas y doctrinas, no sólo en México sino también en Puebla. Por lo menos dos de sus seis hijos la sucederían en la imprenta: Antonio, el primogénito, nacido en 1630, y Diego. Entre sus empleados figuran Pedro de Quiñones, de 1641 a 1644, y Diego Gutiérrez, en 1643; aunque desde 1645 sería el primogénito el único impresor; hacia 1681 ella editó el Panegírico a la paciencia de Luis de Sandoval y en 1681 el Breviloquio de fray Tomás de Velasco. En 1666 su imprenta se comienza a llamar del Secreto del Santo Oficio, título que posiblemente usaría luego de la muerte de Robledo, que hasta 1647 había sido el impresor de la Inquisición. Paula Benavides falleció en 1684, después de haber estado al frente de la imprenta durante 43 años. Figura 4

Juan de Rivera y María de Benavides
María Calderón fue hija de Bernardo Calderón y Paula de Benavides. En enero de 1655 se casó con Juan de Rivera, a quien sucedió en el taller tras su muerte, en junio de 1685. Regenteó dicho taller hasta 1700, con pocas excepciones siempre indicó en los pies de imprenta su carácter de viuda. Figura 5

Miguel de Rivera Calderón y Gertrudis de Escobar y Vera
Miguel de Rivera, hijo de Juan de Rivera y María de Benavides, comenzó a figurar al frente de la imprenta en 1701, desde 1702 agregó al pie de imprenta el hecho de que también era librero. Debe haber fallecido entre marzo y septiembre de 1707, pues a partir de esa fecha su viuda se encargó del taller hasta 1714, año en cual quizá falleció, dado que un pie de imprenta de ese año consigna a sus herederos. 22 Figura 6

Francisco de Rivera Calderón y su viuda
Francisco, sin duda hermano de Miguel, aparece como impresor desde junio de 1703. Falleció en 1731 y en ese mismo año la imprenta aparece como propiedad de su viuda hasta 1747. Ella se dedicó a la impresión de cartillas, apenas se conocen algunos cuantos libros salidos de su taller, muy espaciados en tiempo.

María de Rivera Calderón y Benavides
María, hija de Miguel de Rivera Calderón y Gertrudis de Escobar y Vera, bisnieta de Paula de Benavides, inicia labores en 1732 en el taller que titula desde el principio Imprenta Real del Superior Gobierno, mostrando como suyo el privilegio que antes fue de su padre. Imprimió la Gazeta desde 1732 hasta 1737. A partir de febrero de 1733 trabaja con nuevo material tipográfico 23. Más tarde, al nombre de Imprenta Real agrega el de Nuevo rezado, indicando que también contaba con el privilegio para la impresión de aquellas obras. Su imprenta experimentó un importante auge entre 1745 y 1748, año en que comienza el declive debido a la fundación del Colegio de San Ildefonso, que le quitó gran parte de su clientela. María falleció en 1754, después de haber trabajado casi 20 años al frente de la imprenta. Figura 7

José Bernardo de Hogal y Teresa de Poveda, herederos de la viuda de Hogal, y José Antonio de Hogal
José Bernardo de Hogal y Teresa de Poveda
De origen español, Hogal llegó a Nueva España con un cargo de hacienda, en 1721 estableció una imprenta. Su taller se caracterizó por la dotación de fuentes especiales como letras griegas, e incluso se dice que él mismo fundió puntos y claves de música. En 1727 fue nombrado Impresor mayor de la Ciudad por el ayuntamiento de México. Murió en 1741 y le sucedió su mujer, Teresa de Poveda, quien mantuvo el negocio hasta 1755, año de su muerte. Comenzó a figurar con su nombre y también con el de Impresora del Real y Apostólico Tribunal de la Santa Cruzada en todo el Reino 24. El taller se destacó por la calidad de los trabajos, entre los que cabe mencionar el Escudo de Armas de México, de Cayetano Cabrera y Quintero; la Crónica franciscana, de fray Félix de Espinosa; el Arte Maya, de Beltrán; el Teatro americano, de Villaseñor y los Selectae Dissertationes, de Eguiara y Eguren. Figura 8

Herederos de la viuda de Hogal y José Antonio de Hogal
No se sabe ni quiénes ni cuántos eran; sin embargo, entre ellos figuraba José Antonio de Hogal, probablemente hijo del anterior, quien se hizo cargo del taller hacia 1766. Este último es conocido por haber sido el impresor del bando de expulsión de los jesuitas en 1767, honor conferido, entre otras cosas, por lo bien equipada que estaba su imprenta. Tal vez como ‘premio’ por esta acción, en 1781 obtuvo el privilegio para imprimir los billetes de la lotería del virreinato que debió procurarle no pocos réditos.

Imprenta de la Biblioteca Mexicana, José de Jáuregui, herederos de José de Jáuregui, José Fernández de Jáuregui y María de Fernández de Jaúregui
Juan José Eguiara y Eguren fue fundador y dueño de la imprenta de la Biblioteca Mexicana, que trajo a México en 1744 para dar a luz la obra del mismo nombre. La imprenta no comenzó a funcionar sino hasta 1753 y desde su apertura tuvo importantes encargos. Eguiara falleció en 1763; sólo hasta mediados de 1767, José de Jáuregui adquirió la imprenta, quien conservó su antiguo nombre hasta 1774, año en el cual le agregó el de Nuevo rezado, trabajó en ella hasta su muerte, en 1778.

Herederos de José de Jáuregui
La imprenta siguió ostentando los títulos de Imprenta de la Biblioteca Mexicana y del Nuevo rezado hasta 1781, cuando aparece bajo el nombre de Imprenta nueva madrileña, con el fin de indicar que había llegado nuevo material tipográfico de esa ciudad 25, lo que redundó en pedidos de mayor importancia. El taller continuó trabajando hasta 1791 con el nombre de Herederos de José de Jáuregui, fecha en la cual apareció como propiedad de José Fernández de Jáuregui, posiblemente sobrino del anterior.

María Fernández de Jáuregui
Con el fallecimiento de José Fernández de Jáuregui, a fines de 1800, la imprenta instalada en la calle de Santo Domingo pasó a manos de María Fernández de Jáuregui o María Dolores de Jáuregui, como también se le conoce. Aunque el parentesco no es claro, pudiera ser hermana de José y por esa razón se hiciera cargo de la imprenta a la muerte de aquél. Desde 1803 los impresos llevan su nombre, entre los que cabe mencionar numerosos opúsculos, los Oficios Santos, de los cuales era titular y el Semanario económico. Entre 1805 y 1806 se encargó de la primera época del Diario de México, y entre 1812 y 1813 de la segunda 26. María Fernández de Jáuregui murió en 1815 y es una de las últimas mujeres impresoras que se conocen hasta ahora durante de la época colonial. 27 Figura 9

Juan de Borja y Gandia e Inés Vásquez Infante
Juan de Borja y Gandia se establece como mercader de libros en los portales de la Catedral de Puebla a mediados de 1654 y más tarde como impresor. Muere en septiembre de 1656, fecha en que comienza a figurar a cargo del taller su viuda, Inés Vásquez Infante. La imprenta permaneció abierta hasta 1682. Figura 10

Miguel Ortega y Bonilla y Catalina Cerezo 28
Miguel Ortega y Bonilla comenzó a imprimir en la ciudad de México en octubre de 1711, pero en 1712 ya radicaba en Puebla, después de haber comprado la imprenta a Diego Fernández de León. Trabaja hasta 1715, año desde el cual figura su viuda, Catalina Cerezo. La imprenta de la viuda de Ortega y Bonilla estaba en el Portal de las Flores, en Puebla, y continuó como única impresora de la ciudad hasta 1723, cuando se establece Francisco Javier de Morales. A fin de renovar su taller, hacia 1722 pidió al bachiller Gabriel de Rivera y Calderón, de la dinastía de impresores del mismo apellido, que llevara a cabo las gestiones para comprar una imprenta en México. Catalina Cerezo entabló diligencias ante el virrey Marqués de Valero para obtener el privilegio que habría heredado con la compra de la imprenta de Diego Fernández de León. Cerezo trabajó hasta su muerte en 1758, estuvo al frente del taller durante 43 años. Después de su muerte, la imprenta siguió con el nombre de Herederos de la Viuda de Miguel de Ortega y funcionó de 1773 a 1777. Figura 11

Francisca Reyes Flores
Doña Francisca Reyes Flores tuvo a su cargo la primera imprenta de la ciudad de Oaxaca a partir de 1720, aunque falleció en 1725; es posible que, además del único libro que se conoce hasta el momento, haya impreso obras breves como invitaciones, estampas, esquelas, que difícilmente llegan hasta nuestros días. Su taller se considera importante porque parece ser que «heredó» los instrumentos de Juan Pablos y, asimismo, en la única obra que se conoce se usó material tipográfico de Enrico Martínez. 29 Figura 12

Reflexiones finales

Debo mencionar que en este trabajo no fue mi intención establecer una diferencia en cuanto a la práctica formal del trabajo editorial y tipográfico entre hombres y mujeres. Para identificar diferencias habría que trazar parámetros de carácter histórico que permitieran localizar las recurrencias en los trabajos, en lo que toca a: 1) el género de obras que mujeres y hombres imprimían con mayor frecuencia; y 2) el tipo de órdenes religiosas o autoridades políticas para las que trabajaban de manera más constante; en otras palabras, habría que determinar cuáles eran los temas y quiénes los clientes.

Para valorar la presentación gráfica de estas obras habría que hacer un estudio más sistemático y detallado de los impresos, tarea que pretendo realizar en un futuro no muy lejano. En este sentido se podría rastrear el origen –por herencia o adquisición posterior– de la dotación tipográfica, viñetas, grabados y misceláneas de los talleres administrados por hombres y mujeres respectivamente y analizar los factores que influían en la selección de las letrerías y el diseño gráfico de las obras. En relación con los contenidos o las categorías de textos (sermones, libros de teología, indulgencias, bulas, letanías, distinta clase de libros en lenguas indígenas, gramáticas, tesis, libros científicos, etcétera), las impresoras mexicanas no dejaron ningún tipo de obra sin trabajar; en principio no parecería haber una discriminación temática según el género del impresor.

La información sobre las categorías temáticas de los impresos y el tipo de clientes nos orientará a no sobrevalorar o, tal vez, menospreciar los aspectos visuales que cada una de los géneros textuales implicaba, y nos prevendrá ante el riesgo de tener apreciaciones superficiales sobre el resultado estético de los libros. Estos aspectos del trabajo de las imprentas, y otros más, sólo se podrán profundizar si se cuenta con suficiente material documental así como ejemplos físicos de las obras que nos permitan establecer genealogías consistentes, cronologías más precisas de estas impresoras y analizar con claridad los rasgos estilísticos de sus trabajos.

Una cosa que claramente se debe resaltar, del breve recorrido realizado, es la notable capacidad empresarial que tuvieron las mujeres en el ámbito tipográfico y editorial novohispano. Por lo que toca a las viudas, al heredar los negocios de sus maridos se constituyeron en un grupo económicamente poderoso y activo. Probablemente este impulso estuvo alentado por la necesidad de mantener a sus familias y, también, por la competencia que establecieron con los otros impresores varones para ganarse una clientela estable. La notoria presencia, en cantidad y calidad, de las impresoras novohispanas se hace aún más evidente si se la compara con la labor editorial del resto de los virreinatos americanos, particularmente Perú o Argentina, lugares donde la imprenta estuvo asociada desde sus inicios con las órdenes religiosas y constituyó un espacio predominantemente masculino. Espero, con estas pocas páginas, haber dado un testimonio y contribuido a paliar, al menos parcialmente, el desconocimiento sobre el legado de las mujeres en la tipografía y la imprenta de la Nueva España.

Este ensayo ha sido publicado en el libro «Casa de la Primera Imprenta de América,» coeditado por la Universidad Autónoma Metropolitana y el Gobierno del Distrito Federal de la Ciudad de México, México, 2004.

La autora
Marina Garone Gravier (Argentina, 1971) Diseñadora de la Comunicación Gráfica, obtuvo la medalla al mérito universitario (Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1991-1994). Es maestra en Diseño Industrial (Universidad Nacional Autónoma de México, 1996-1998), recibió mención honorífica por la tesis Tipografía y diseño industrial. Estudio teórico e histórico para la representación tipográfica de una lengua indígena. Estudió tipografía y diseño en la Escuela de Diseño de Basilea, Suiza (2000).

Actualmente desarrolla su tesis doctoral sobre la historia de la tipografía colonial para lenguas indígenas, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, y es docente del seminario sobre arte y diseño de la Maestría de Diseño Industrial de la misma universidad. Ha desarrollado una intensa actividad académica y de investigación en instituciones de México y Argentina.

Ha presentado ponencias en congresos nacionales e internacionales (Milán 2000; México D. F. 2001, Estambul 2002; Mérida, Venezuela 2003; Veracruz, México 2004; Valencia 2004). Ha publicado ensayos y artículos en revistas de México, Argentina y EUA. Es cofundadora y editora de Designio. Libros de diseño; editora asociada de la revista Tiypo, primera revista mexicana sobre tipografía y miembro de los comités editoriales del suplemento de libros Hoja por Hoja, y de las revistas DeDiseño, Encuadre (Asociación Mexicana de Escuela de Diseño Gráfico), e Innova (Venezuela). Es miembro de la Asociación Tipográfica Internacional.

NOTAS

1 Aunque sobre este tema existe abundante bibliografía, recomiendo la lectura de los trabajos de Roger Chartier sobre lecturas y lectores, entre los que cabe mencionar su ensayo «Las prácticas de lo escrito» en Philippe Ariès y George Duby, Historia de la vida privada, Vol. III, «Del Renacimiento a la Ilustración», pp. 116-158.

2 Sobre este punto basta revisar la amplia iconografía de la Anunciación en la que la virgen María generalmente se encuentra leyendo al momento de recibir la noticia de su espera divina de boca del arcángel Gabriel. Asimismo, para el caso de los libros como atributos de vírgenes y santas, consúltese el extraordinario ensayo «La santa que lee», de Joaquín Yarza Luaces en Teresa Suaret Guerrero y Amparo Quiles Faz (eds.), Luchas de género en la historia a través de la imagen. Ponencias y comunicaciones, tomo I, Málaga, Servicio de Publicaciones Centro de Ediciones de la Diputación Provincial de Málaga (Cedma), 2001, pp. 421-465.

3 Quiero expresar que el posible mérito de este trabajo no se halla en ser el primero que aparece sobre el tema, cosa vana, sino en tratar de ofrecer un compendio razonado de las distintas fuentes y menciones sueltas. Aunque las obras se encuentran detalladas en la bibliografía sería injusto no mencionar a los autores principales que han servido como guía para la elaboración crítica de este ensayo: Amor de Fournier, Araujo, García Icazbalceta, Iguiniz, Medina, Stols y Torre Revelo.

4 Para una mayor información sobre este apartado consultar la reseña de la exposición «Unseen Hands: Women Printers, Binders and Book Designers,» organizada por la Universidad de Princeton, en marzo de 2003, bajo la curaduría de Rebecca Davidson. Asimismo la concisa y elocuente comunicación de Raquel Pelta «Mujeres y tipografía. Encontrando un lugar en la historia», Primer Congreso de Tipografía, Valencia, junio 2004.

5 Robert Bringhurts menciona algunas tipógrafas en su libo The Elements of Typografic Style, Vancouver, Hartley and Marks, 1999. Más información se puede encontrar en la página electrónica de la International Type Corporation, en la sección denominada Women in Type.

6 El marco legal que regía en Nueva España se deriva del peninsular. La legislación especial para mujeres conformaba un corpus de leyes que se conoce como General del derecho y las del Emperador Justiniano, el Senadoconsultor Veleyano, leyes de Toro y Partida y demás favorables a las mujeres. Este aspecto está mencionado en el texto de Mónica Quijada y Jesús Bustamante «Las mujeres en Nueva España: orden establecido y márgenes de actuación», en Georges Duby y Michelle Perrot, Historia de las mujeres, Madrid, Taurus, 1993, tomo III, p. 651.

7 De este documento se puede consultar una copia facsimilar publicada con el nombre de Documentos para la historia de la tipografía americana, México, sre, 1936, 36 p., que se encuentra en la Biblioteca Nacional de México, B 655.172 Mex. D.

8 José Toribio Medina, La imprenta en México (1539-1821), México, unam-iib, 1989 (fascimilar de 1909), tomo 8, p 386: Poder para cobrar extendido a Francisco de Escobar por Jerónima Gutiérrez, viuda de Juan Pablos, en el que se hallan incorporadas algunas cláusulas de su testamento. México, 21 de agosto de 1561, protocolo del escribano Alonso, hojas 824-825: «Item. Dejo e nombro por tenedora de mis bienes e de la dicha enprenta e de lo a ella tocante a la dicha Jeronima Gutiérrez, mi mujer, para que lo tenga e administre por si e por los dichos nuestros hijos.»

9 Alexandre, A. M. Stols, Antonio de Espinosa. El segundo impresor mexicano, México, unam-bn-iib, 1989, p. 45: «Talavera, 6 de junio de 1542. Cédula real, prohibiendo a petición de la viuda e hijos de Juan Cromberger, que por tiempo de diez años nadie llevase sino ellos a la Nueva España cartillas ni libros de ninguna ciencia y así mismo que persona alguna pudiese ejercer el arte de la imprenta.»

10 Jerónima Gutiérrez no alquiló enseres de imprenta solamente a Ocharte ya que en el inventario de la imprenta que da en alquilar a aquél, se habla de una rama que tenía prestada a Antonio Álvarez. Op. cit., tomo 8, p. 387.

11 Alexandre Stols, Pedro Ocharte. El tercer impresor mexicano, México, unam-iib, 1990, p. 12.

12 Alexandre Stols, op. cit., «el 19 de febrero de 1572, Ocharte ingresó en la cárcel y se trajeron todos los papeles que éste guardaba en su escritorio junto con algunas cajas ante el Santo Oficio. ‘De consentimiento y voluntad del dicho Pedro Ocharte y a instancias y pedimento suyo, se quedaron su casa y bienes como él los tenía a María de Sansoric, su mujer, a la cual se le encargó atienda el beneficio y custodia de ellos’», p. 13.

13 Ibid., pp. 17-18.

14 La única prueba material de la colaboración de la viuda de Pedro Ocharte y Cornelio Adriano César consiste en una hoja en folio mayor, con el título Secunda Pars calendarij ad usum Fratrum minorum pro anno Domini 1598. Se imprimió en 1597 y en el pie se lee «Tlatilulco. Ex officina Vidae Petri Ocharte. Apud Cornelium Adrianum César».

15 Medina, La imprenta en México…, tomo 1, p. CVII.

16 Cuando Medina habla de Jerónimo Balli (La imprenta en México…, tomo 1, p. CXX) comenta que su hermano Juan Bautista Balli omite su nombre al dirigirse al Rey para solicitar alguna merced. Medina, La imprenta en México…, tomo 1, p. XCII.

17 Alexander Stols, Antonio de Espinosa, op. cit., p. 21.

18 “Cuando en 1612 la viuda de Diego López Dávalos tomó la dirección de la imprenta, trabajaba en su taller Juan Ruiz, cuyo nombre se menciona en el pie de imprenta de la Reformación de las tablas y cuentas de Juan Castañola. En 1614 vemos a Cornelio Adriano César trabajando en el mismo taller, cuya actividad duró hasta 1615”, Ibid., p. 23.

19 Según Stols el material de las imprentas de Ocharte y de López Dávalos lo usaron todavía Diego Garrido y su viuda (1620-1628). Pedro Ocharte…, op. cit., p. 30.

20 Medina le atribuye al menos cuatro nacionalidades (alemana, holandesa, mexicana con educación en España y francesa), inclinándose por el hecho de que era de origen francés, de nombre Henri Martin, y habría castellanizado su nombre por Enrico Martínez.

21 Juan B. Iguiniz, La imprenta en la Nueva España, México, Porrúa Hermanos, 1938, Enciclopedia Ilustrada Mexicana, pp. 20-21. El testamento lo dio a conocer Pérez Salazar. Además de esta sección del testamento donde habla de su heredera, más adelante se menciona el inventario completo de todos los útiles y materiales con que contaba su oficina, lo que permite imaginar que se trataba de una importante herencia en términos económicos.

22 García Icazbalceta menciona que la viuda de Miguel de Rivera y Calderón pudo morir más tarde, en 1716, pero esta afirmación parece contradicha por las portadas de los libros impresas por sus herederos desde 1714.

23 Medina, La imprenta en México…, tomo 1, p. CLXII.

24 Medina, La imprenta en México, véase preliminar del trabajo n. 3577, tomo 1, p. CLXX.

25 Parece no haber sido la única remesa ya que en la Gazeta del 8 de abril de 1788 se anunció que se iba a estrenar material tipográfico recién llegado de España.

26 Iguiniz, op. cit, p. 39.

27 Es importante mencionar, que por razones de espacio se han dejado fuera del ensayo los datos de la viuda de Rodríguez Lupercio, de nombre desconocido, y que estuviera al frente de la imprenta de su marido entre 1683 y 1696; asimismo no se ha tratado a Petra Manjarrez y Padilla, también viuda e impresora de Guadalajara en el siglo xix (1808-1821).

28 También se la encuentra con el nombre de María y Manuela.

29 Juan Pascoe establece el siguiente linaje de los enseres de impresión: Juan Pablos, Pedro Ocharte, Leonardo Fragoso (que no fue impresor pero que al comprarle la imprenta ayuda a salir de la cárcel a Ocharte), Pedro Balli, viuda de Pedro Balli (Catalina Valle), Jerónimo y Fernando Balli, Herederos de Pedro Balli, Diego Garrido, Viuda de Diego Garrido, Diego Gutiérrez, Miguel de los Olivos, Juan de Borja, viuda de Juan de Borja (Inés Vázquez Infante), Diego Fernández de León, quien armó e instaló un taller en Oaxaca, que luego se le rentaría a Francisca Flores. En Isabel Grañén Porrua et al., La historia de la imprenta en Oaxaca, Oaxaca, Biblioteca de Burgoa-uabjo, 1999, p. 8.